miércoles, enero 17, 2007

El ring parlamentario

El Congreso de los Diputados vivió el lunes un capítulo aciago. Ya se veía venir después de todo lo que ha circundado al último atentado de ETA. Rajoy contra Zapatero, Zapatero contra Rajoy, con toda la polémica sobre la "no asistencia" ni del PP, ni de la AVT, ni de la Iglesia a una manifestación a favor de la paz y contra el terrorismo.
Hoy, dos días después, se sigue debatiendo sobre quién ganó la pelea. Dicen que Rajoy estuvo más agresivo, dando caña, normal, es de la oposición. Lo malo de la oposición de Rajoy es que se opone a todo: si Zapatero come porque come, si no come, no come. Ayer en el diario ADN uno de sus columnistas hablaba sobre el riesgo de pronunciar ciertas palabras que, según en boca de quién están, así suenan a verdad o suenan a chiste. Son palabras como violencia, terrorismo, paz, libertad... Palabras que, en sí, tienen una esencia básica que todos conocemos. Sabemos que la paz y la libertad para los hombres es mucho mejor que la violencia o el terrorismo. Pero qué razón tiene el susodicho, al hacernos ver que aquí lo que vale es la demagogia y el enfrentamiento. Si es paz porque es paz y si es guerra porque es guerra, pero al PP todo le parece mal y eso tampoco es.
Lo del lunes fue más bien de vergüenza. El Congreso se convirtió en un ring pueril y previsible:
- Tonto.
- No, tonto, tú.
- Y tu más.
- No, más tú, a mí llamame lo que quieras.
De risa.
Lo que ya no parece tan divertido es lo que presenta la realidad. España está dividida en la lucha contra el terrorismo de ETA. España está fragmentada. El PP le echa la culpa a Zapatero y el PSOE, con algo más de razón, le echa la culpa a Rajoy.
El caso es que ya hay clases hasta para las manifestaciones. Esto ya no es como antes, en la que España, todos a una, salía a la calle para decir NO. Ahora se convocan unas manifestaciones por un lado, y otras por otra. Unas para peperos y otras para socialistas. Siento vergüenza por ver cómo los representantes de los dos partidos más votados de España son incapaces de ponerse de acuerdo para luchar contra un mal común para los dos. Lo dicho, de vergüenza. A uno se le quitan las ganas de votar en las siguientes elecciones. O, mejor, votar a otros porque la abstinencia no cuenta en el Parlamento.