Sal y míralos
Me refiero a los niños. A los pequeños, a los que ahora tienen apenas uno o dos años, que van de la mano de sus padres, que caminan torpemente y que se agarran a todo lo que está al alcance de sus manitas. No sé si alguien, aparte de sus padres, ha pensado en lo que les espera.
Pese a ser yo una persona joven, muchas veces vuelvo a mi pasado, echo mano de mi memoria, de todo lo que aconteció en mi vida cuando tenía, no dos porque no me acuerdo, sino algunos años más. Y apenas han pasado ni dos décadas y han cambiado muchísimo las cosas.
Ignoro cómo perciben el mundo los pequeños, no sé cómo les explicarán que el mundo avanzaba sin Internet y que en España se pagaba con pesetas. No sé cómo les explicarán cosas que, han cambiado tanto en estos años, les sonarán a chino. Cómo estaba el mundo antes de que comenzaran los flujos de inmigración, la economía doméstica de una familia normal, cómo se vivía antes de que comenzara la sequía... y así un sinfín de cosas que se han transformado radicalmente.
Son la llave de una nueva etapa. En ellos está la llave de que todo esto no se nos vaya de las manos, de esa ilusión utópica de un mundo mejor. Ahora mismo crecen sumergidos en una infancia multicultural, comparten pupitre con niños cuyos padres tienen otra historia, otras creencias, otra forma de ver la vida. Entre niños, qué duda cabe que todo eso, salvo malévola influencia paterna, sea algo enriquecedor. Crecerán con una adolescencia que llega hasta los treinta, una adolescencia larga, dura, en la que, a día de hoy, el fracaso escolar y las drogas se convierten en un coctel de vida peligroso. Vivirán una madurez en la que encontrar un trabajo es complicado, y encontrar un trabajo con buenas condiciones estará al alcance de pocos. Las Universidades se irán despoblando... ¿para qué tantos Licenciados que el mercado no puede absorver? Y adquirir un piso será una misión casi imposible.
Si nuestra vida ya es difícil, la de ellos no pinta mucho mejor. Ahora que son pequeños, tal como nosotros, irán aprendiendo lo que les rodea. A su manera, porque muchas cosas del presente se nos escapan a los que somos adultos.
Me gusta salir a la calle y pensar qué miran, qué piensan, qué sienten,, qué les dicen sus padres... es decir, hacia dónde vamos.
Pese a ser yo una persona joven, muchas veces vuelvo a mi pasado, echo mano de mi memoria, de todo lo que aconteció en mi vida cuando tenía, no dos porque no me acuerdo, sino algunos años más. Y apenas han pasado ni dos décadas y han cambiado muchísimo las cosas.
Ignoro cómo perciben el mundo los pequeños, no sé cómo les explicarán que el mundo avanzaba sin Internet y que en España se pagaba con pesetas. No sé cómo les explicarán cosas que, han cambiado tanto en estos años, les sonarán a chino. Cómo estaba el mundo antes de que comenzaran los flujos de inmigración, la economía doméstica de una familia normal, cómo se vivía antes de que comenzara la sequía... y así un sinfín de cosas que se han transformado radicalmente.
Son la llave de una nueva etapa. En ellos está la llave de que todo esto no se nos vaya de las manos, de esa ilusión utópica de un mundo mejor. Ahora mismo crecen sumergidos en una infancia multicultural, comparten pupitre con niños cuyos padres tienen otra historia, otras creencias, otra forma de ver la vida. Entre niños, qué duda cabe que todo eso, salvo malévola influencia paterna, sea algo enriquecedor. Crecerán con una adolescencia que llega hasta los treinta, una adolescencia larga, dura, en la que, a día de hoy, el fracaso escolar y las drogas se convierten en un coctel de vida peligroso. Vivirán una madurez en la que encontrar un trabajo es complicado, y encontrar un trabajo con buenas condiciones estará al alcance de pocos. Las Universidades se irán despoblando... ¿para qué tantos Licenciados que el mercado no puede absorver? Y adquirir un piso será una misión casi imposible.
Si nuestra vida ya es difícil, la de ellos no pinta mucho mejor. Ahora que son pequeños, tal como nosotros, irán aprendiendo lo que les rodea. A su manera, porque muchas cosas del presente se nos escapan a los que somos adultos.
Me gusta salir a la calle y pensar qué miran, qué piensan, qué sienten,, qué les dicen sus padres... es decir, hacia dónde vamos.
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